domingo, 10 de junio de 2012

Seis reflexiones sobre lo de ayer.

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1. La banca debe ser saneada, y por consecuencia ayudada. Los médicos llamamos “shock hipovolémico” a la situación en la que el enfermo puede morir como consecuencia de la pérdida de flujo sanguíneo, por hemorragia. El símil puede aplicarse en economía. Es imposible que la actividad productiva funcione sin que lo haga el sistema financiero, habida cuenta que los años del trueque ya pasaron a la historia (aunque algunos no quieran enterarse). Cualquier reforma que se quiera hacer, cualquier política de estímulo, debe contar con la disponibilidad de crédito para que pueda producir efectos, igual que no se puede poner al paciente a hacer ejercicio si no tiene sangre en las arterias. Sin un sector bancario medianamente saneado, es imposible salir de esta.

2. Cómo hemos llegado hasta aquí. Sí, sé que no gusta que hablemos de herencia. Pero alguna consecuencia habrá que sacar, al menos para que las cosas no vuelvan a ocurrir. Venimos de unos años en los que se decía que teníamos el mejor sistema financiero del mundo y al mismo tiempo inflábamos la mayor burbuja inmobiliaria del mismo mundo. Imposible casar ambas proposiciones; una de ellas era falsa. Ya hemos visto cual. Ha bastado ver que las sucesivas reformas financieras de la era Zapatero no generaran efectos para que el actual Gobierno se haya decidido a sajar con mayor profundidad de bisturí. Ha salido bastante pus, el empiema estaba ahí aunque algunos lo quisieran negar. Toca cirugía y no analgesia. 

3. Esto no es un rescate. Comparar nuestra situación con lo de otros países debiera proscribir el uso de la misma palabra. A Grecia, verbigracia, se le da dinero para cubrir el presupuesto público y a cambio de ajustes severos en su dispendio. Esto de España es bien diferente. Es dinero a una parte de un sector, y sin contrapartida política más allá del pago de los intereses. Sin cesión de soberanía y sin que los acreedores se hayan planteado el control de nuestra política. Si el Frob usa bien la línea de crédito europeo puede sanear el sector y devolver las cantidades sin mayor problema. El negocio bancario, bien llevado, es rentable en cifras superiores a las del interés del dinero que nos van a aportar, un 3%.

4. Mercados vs. fondos públicos. Me llama la atención que algunos se hayan lanzado a degüello contra el Gobierno tras la decisión de ayer. En parte eran los mismos que denostaban nuestra dependencia de los mercados, que según su constructor intelectual eran esos fondos de inversión que apostaban por la quiebra de España y que nos dictaban políticas que esquilmaban nuestras posibilidades de crecer y de desenvolvernos con normalidad democrática. Pues bien, el dinero que ahora nos llega es dinero público, de nuestros socios europeos. Debiera gustarles el cambio, ¿no?

5. Costará, pero se limpiará. Cierto que podrá aumentar nuestra deuda pública casi un 10% del PIB, y que habrá que imputar el pago de intereses en los próximos presupuestos del Estado. Pero accedemos a un recurso financiero que no podríamos obtener a precios asumibles en los mercados habituales de deuda. Y lo más importante: con ello no sólo vamos a comprar liquidez, sino algo cualitativamente más importante. Se va a poder poner orden en una parte de un sistema, el financiero, aquejado de la gangrena de la corrupción. Estamos ante la posibilidad de impedir que se repitan las circunstancias que propiciaron tanto daño como han hecho a nuestra economía los Blesa, Serra, Hernández Montó, y algún otro (¡me muerdo la lengua para no hablar de nuevo de toda la basura político financiera que ha supuesto la esquilmación de Caja Navarra y el desvarío de Banca Cívica!). Sin Mafo y Ariztegui en el Banco de España las cosas podrán cambiar para siempre.

6. Mucho más allá de lo financiero y lo económico. Lo vivido ayer es un momento histórico, de mayor profundidad de lo que nadie puede calibrar todavía, hoy que salimos de la resaca del evento. Y es un momento que va a tener efectos en la psicología común de un país que se debate entre su capacidad de volver a ser grande o terminar deambulando en lo miserrímo. En la disyuntiva, no hay que perder de vista que nuestra crisis va mucho más allá de lo económico. Los problemas de la monarquía, de las instituciones (Dívar), del sistema educativo, de las grandes corporaciones empresariales, de la perversión de tantos órdenes organizativos, del sentido de la libertad y la responsabilidad..., hace que sólo podamos ganar el futuro si se produce un verdadero empoderamiento de la sociedad. Hoy es más necesario que nunca que la opinión pública se fortalezca, que sepamos escuchar y dialogar con el discrepante, que nos enriquezcamos con las opiniones de todos, y que tracemos objetivos comunes mucho más elevados. Esto no se arregla sólo reponiendo las válvulas de la caldera, ajustando un motor renqueante. El cambio necesario es el cambio de rumbo hacia una sociedad mejor en todas sus dimensiones.