jueves, 29 de marzo de 2012

Huelga general.

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El ejercicio de la huelga puede tener mucho sentido en el ámbito de un conflicto laboral de una empresa, o incluso de todo un sector productivo. Es una posibilidad que tiene el trabajador -y por extensión, sus organizaciones sindicales- ante situaciones en las que deba reclamar poder de negociación. 

Pero una huelga general es otra cosa. Es una cruda toma de posición política. Es, por ello, un intento de usurpación sindical sobre la potestad representatitiva que se otorga en democracia a través de cauces legítimos. Es la pretensión de los sindicatos de izquierda de convertirse en agitadores políticos, por encima de lo que representamos los electos. El contraste entre los legitimados y los usurpadores se siente hoy de una manera especial. En el Congreso estamos trabajando -bastante- en producir normas que ayuden a salir de la crisis. En la calle, los piquetes coactivos quieren hacer política sin que nadie les haya elegido para eso. No es nada nuevo, es la práxis tradicional de una izquierda con mentalidad del siglo XIX, aun entreverada de totalitarismo.

Un apunte adicional. España no está para bromas, y los sindicatos montan una huelga general sin que el Gobierno haya cumplido siquiera 100 días. Méndez, el ugetero, era en época de Zapatero conocido como "el verdadero Vicepresidente del Gobierno", y sin duda es corresponsable de la ruina actual de nuestro país y de la lacerante tasa de paro que sufrimos. Pues ahí anda el aguerrido dirigente, en el  estilo dialéctico prepotente que le caracteriza. Parece claro que esta huelga está montada sólo para propiciar la mera supervivencia de unas estructuras sindicales creadas para su propio mantenimiento como poder fáctico. Por eso se ponen tan eufónicos, a pesar de la inutilidad de sus bravatas. Cándido, la huelga ha fracasado.

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