domingo, 11 de abril de 2010

Añagazas para el AVE.


añagaza.

(Del ár. hisp. annaqqáza, señuelo, y este del ár. clás. naqqāz, pájaro saltarín).

1. f. Artificio para atraer con engaño.

2. f. Señuelo para coger aves. Comúnmente es un pájaro de la especie de los que se trata de cazar.



Si tuviéramos que describir el carácter navarro, el que nos ha permitido mantener una manera propia de hacer las cosas a pesar de nuestra pequeñez poblacional y territorial, seguramente apreciaríamos dos características fundamentales. Una, el respeto por el pacto y el acuerdo, lo que se traslada desde la esfera pública hasta la de las relaciones comerciales o personales. Dar la palabra significa cumplir con la palabra, y la palabra dada es exigible como tal. Y la otra característica es que hacemos de la lealtad y la verdad la razón de nuestro prestigio, del modo en el que queremos que se nos considere desde fuera. Gracias a esta forma de actuar por el mundo hemos podido mantener una situación que, sin llegar al privilegio, sí supone la persistencia de un modo peculiar de organizarnos económica, social e institucionalmente.


La viñeta de Oroz que describía gráficamente lo que supuso la semana pasada la firma del Convenio para la construcción de la línea de Alta Velocidad en Navarra sintetiza, humorada aparte, el epítome de toda esta legislatura, la de los estertores de un modelo político fraudulento y en el que la trapisonda ha tomado carta de naturaleza habitual. Viene a mostrar el dibujo que el camino por el que ha llegado el tan ansiado AVE está jalonado de mojones políticos fruto de las andanzas de esos dos personajes, biográficamente tan concurrentes, que son José Blanco y Miguel Sanz. Viene a reconocerse, en fin, que para que la firma se haya producido los antecedentes tienen esencialmente calado político, y no son mera práctica negociadora como en otro tiempo se conoció. La ruptura del pacto entre UPN y el PP, instada por un Sanz servil tras su visita a Moncloa en otoño de 2007, y la posterior postración de hinojos ante los socialistas que se visualiza cada semana en Pamplona y Madrid, son parte de esa componenda. Y por ello la firma llegó como consecuencia del colegueo interesado, no por haber defendido Navarra una exigencia de cumplimiento del que el Ministerio de Fomento debiera dar cuenta sin más torticerías.

Hablaba al principio de la palabra dada y la lealtad como elementos idiosincrásicos que nos han hecho fuertes y respetables. Justo es es ahí donde el destrozo del Sanz de esta última legislatura se ha hecho más patente. Ya cuando él (y sólo él) se cargó el pacto de su partido con el PP los resultados en el resto de España fueron calamitosos para todos los navarros en términos reputacionales. Por primera vez, algunos vieron cómo nuestro presidente se comportaba como un cacique mendaz, que miraba sólo por su interés confesable (la sempiterna “gobernabilidad”, es decir, poltronas y gavelas) pero también por otros cuantos no tan confesables, algunos de los que han ido aflorando con el tiempo, y que tienen que ver con su papel como vértice de no pocos intereses económicos y clientelares. Ahora, con la firma del Convenio del AVE, Sanz ha tirado por tierra otra de las columnas de nuestro templo. La de que los navarros cuando damos la palabra la damos, y cuando la recibimos la exigimos. El mero análisis económico del asunto así lo demuestra.

El análisis finaciero de una tomadura de pelo.

Era otoño de 2007 cuando Sanz rinde su primera visita de pleitesía a Zapatero en Moncloa y cuando sale Salgado en rueda de prensa anunciando la firma para “antes de final de este año” del Convenio. Por no aburrir con todo lo que ha pasado posteriormente, el resumen es irrefutable a la luz de los hechos sucesivos: una suerte de tomadura de pelo continua por parte de los de Zapatero, para quienes la palabra “inminente” debe tener un significado bien distinto al que determina el diccionario. Pero el problema no ha sido sólo ese. El problema es que ante los incumplimientos, la respuesta de Sanz era hacer nuevas ofertas, en lugar de exigir con fuerza política el acatamiento de lo ya comprometido. Porque desde ese día de 2007 ya no se estaba en la fase de negociación, sino en la de la exigencia de lo ya comprometido. Pues no. Sanz, con nuestro dinero, va aportando una tras otra nuevas ventajas en favor del que nos estaba chuleando. Primero extender al plazo de financiación a “dos o tres años”, como si no anduviéramos sobrados de deuda pública. Segundo, aceptar el pago de los intereses. Y tercero, de lo que nos enteramos los navarros ¡una vez aprobado el Convenio por el Parlamento!, que realmente a quien estamos financiando no es al Estado, sino a la mercantil Adif, en un jeribeque de última hora que tiene una enorme significación. Al menos tanta como el descaro con el que se nos ha estado ocultando hasta el último minuto.

El hecho de que sea Adif quien nos vaya devolviendo nuestra aportaciones no es baladí, porque quiebra dos de los presupuestos con los que se nos había vendido esta moto. De un lado, el que a través de Convenio Económico, al deducirnos las cantidades aportadas en obra, estábamos condicionando de modo finalista que nuestra Aportación al Estado se aplicara a una obra tangible, el AVE, lo cual era una muy buena jugada. Eso ya no es así. Pero además, se decía apenas una semana antes de la firma que de ese modo la deuda contraída figurará anotada como deuda del Estado. Se ha visto que tampoco será así. Se nos ha engañado sin parar. Las cuentas de Adif no se consolidan con las del Estado, puesto que se trata de una mercantil que, por ejemplo, factura a Renfe Operadora por el paso de los trenes por la vías. Precisamente Adif tiene sentido para Fomento en la medida en que le permite la financiación extrapresupuestaria de las inversiones, sin asignar más deuda pública. Está previsto que Adif termine este ejercicio cargada con una deuda propia cercana a los 6.000 millones de euros, tras incrementarla en los próximos meses en más de 2.000. De manera que lo que está haciendo Navarra, Sanz mediante, es financiar a una mercantil que se podría financiar por su propia cuenta y riesgo. Se ha asumido, indefectiblemente, que la deuda que se vaya contrayendo figure como deuda de Navarra, porque es imposible que pueda figurar como deuda del Estado y en algún lugar ha de estar anotada. La prueba irrefutable: que también los navarros van a pagar los intereses del asunto, porque así lo ha querido Sanz. Es una añagaza y un engaño de una gran relevancia, entre otras cosas porque la situación de los mercados financieros hace patente que quien más deuda tiene, más debilidad atesora. El que nos hayamos enterado de esto de la manera en que ha ocurrido debiera haber supuesto algo más relevante que una mera pregunta de periodista. Pero la opinión pública navarra está como está, y mejor no abundar más en ello.

Por cierto, otra cuestión en la que pocos han reparado. La presencia del Banco Europeo de Inversiones en esta juerga. Dice Sanz que puede ser él quien asuma la financiación a la que va a tener que acudir la Comunidad Foral. Olé. El presidente ignora, al parecer, que el BEI tarda cerca de un año en autorizar sus operaciones, lo que indefectiblemente habrá de generar otro retraso adicional. Pero además, el papel del BEI no se entiende que tenga que ser el de aportar préstamos al Gobierno de Navarra, cuando estatutariamente puede hacerlo a las propias empresas constructoras. De ese modo, se podría gestionar la financiación con el aval de la concesión, pero sin necesidad de anotarla en la deuda pública, y sin necesidad tampoco de tener que pagar los intereses correspondientes y penalizar nuestro rating. Por añadidura: ¿para qué tenemos que financiar a Adif pidiendo un préstamos al BEI si el propio BEI es capaz de financiar directamente a Adif?

Preguntas que quedan sin respuesta por parte de firmantes y anuentes, pero que sólo pueden conducir a una conclusión: estamos ante una auténtica estafa a los contribuyentes navarros, perpetrada por Sanz y Blanco en pos de sus intereses políticos. Es tiempo de marketing electoral, de hablar de los 10.000 empleos, de tirar así un añito aunque no se ponga una sola traviesa. Una estafa que tiene tres componentes: el de los plazos, el de la indeterminación de los compromisos del Estado, y el de la propia financiación del proyecto. Sanz y Blanco, en su estilo habitual tan empático entre ellos, se han encargado de enterrar esos valores que antes decía: el de la palabra dada y el de la honradez y veracidad en lo que se hace. Algunos (y algunas) asisten a ello de manera pasiva, pastueña, complacida o entregada. Otros no nos resignamos. Ni nos callamos.

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