jueves, 11 de febrero de 2010

Coordenadas 2011


La determinación de Yolanda Barcina de mantener el actual modelo político mancomunado entre UPN y el PSN quedó clara en la reunión que mantuvo el martes con Roberto Jiménez. La frase que resume el propósito es taxativa: “No cabe duda de que si esto está siendo bueno en este momento, en 2011, yo creo que será también bueno". Determinar a qué se refiere cuando afirma que “esto está siendo bueno” es labor de meritoria elucubración. Bueno no será en materia económica, cuando Navarra ha adoptado al rebufo las misma medidas que se le iban ocurriendo a Zapatero y los efectos son idénticamente calamitosos. Bueno no será tampoco porque el proyecto político que ambos partidos consorcian tenga suficiente dosis de ilusión y energía, habida cuenta del cansancio que se advierte en la ciudadanía por un determinado modo de hacer las cosas. Y bueno no será, en ningún caso, porque se haya visto hasta el momento otra cosa que un juego de intereses cruzados, argumentado en la grandilocuencia de la llamada gobernabilidad, pero esencialmente compuesto de coincidencias y regalías no siempre confesables.

Lo que ha de importar ahora es que Barcina asume de lleno la llamada “teoría del quesito”, cuyo primer profeta fue Miguel Sanz. Según tal tesis, es imposible que el centro-derecha llegue a tener mayoría parlamentaria, y por eso deberá siempre hacer lo posible por entenderse con los socialistas. La “teoría del quesito” es la mayor declaración de impotencia política que he escuchado nunca, más sabiendo que está rotundamente desmentida por los hechos. En la legislatura 2003 - 2007 la suma de UPN y CDN era más de la mitad del Parlamento foral. Y en las elecciones generales de 2000, la lista de UPN-PP recabó casi la mitad de los sufragios, la cifra récord de 150.000 votos. Pero además de su herejía empírica, la “teoría del quesito” supone la rendición electoral ante el socialismo y el nacionalismo, al asumir vicariamente que es imposible superarlos en sufragios. Esa teoría fue la excusa de quien había fracasado electoralmente, y construyó el molde doctrinal a medida de su incompetencia. Ese quesito tiene el sabor de la resignación y la deserción. La misma resignación y deserción, volviendo a su autor, que contienen las palabras “"firmaría mañana mismo que gobernase el candidato de UPN o PSN más votado". Ese es el postulado, tal cual, que Barcina acaba de asumir.

En UPN comienza a imperar una preocupación que supone implícitamente recelar del mantra sanzista, aunque pocos se atrevan a decirlo, y mucho menos la alcaldesa a encarnarlo. Piensan que lo que está ocurriendo en el conjunto de España es verdaderamente grave, y que será sólo cuestión de tiempo que cambien las tornas en favor del PP. Como máximo en dos años, pero probablemente antes, se verá lo poco que vale el zapaterismo que, José Blanco mediante, también ha sido el armazón de la actual etapa política en Navarra. De manera que, cavilan algunos upeenitas preocupados, si UPN no hubiera roto con el PP aun habría recorrido al alza en las perspectivas electorales. En cambio, lo que toca es justo lo contrario. UPN bajará en votos y escaños de manera indefectible, y el PP se aprovechará de que es percibido como la alternativa a tanto marasmo económico y social, en España y en Navarra. Resultado: lo que podía haber sido un momento de relanzamiento se va a quedar en un momento de declive, por más que Sanz haya creído encontrar en Barcina el antídoto marquetiniano con el que conjurar el fin de un ciclo grisaceo y crispado del que él es el responsable. Las cosas han llegado a un punto en el que a UPN no se le ofrece tampoco la posibilidad de abdicar del apoyo prestado al PSOE en Madrid, la muleta barata de la que disponen cuando les place. Amarrados a un boya podrida en medio de una tormenta, los grumetes añoran otras singladuras.

El cuadro se completa analizando lo que pasa, y lo que puede pasar, en los predios socialistas. Aunque ella no lo quiera creer, es imposible que el PSN apoye la investidura de Barcina como presidenta. Por varias razones. La principal es que los de Jiménez se sienten liberados, a día de hoy, de la prohibición de pactar con Na-Bai. Si antes no lo hicieron fue por el cálculo del impacto nacional que, según Ferraz, tendría como coste el haber aceptado la fórmula de Puras previa al agostazo. Además, el propio PSN está ocupándose, día y noche, de tildar a Barcina de pepera, con lo que ellos mismos le espolvorean el repelente. Y siendo realistas, lo más probable es que el PSOE pierda un buen número de ayuntamientos y alguna comunidad en mayo del 2011, con lo que necesitarán un tanto como Navarra para poder representar su mantenimiento en el poder territorial. Para cerrar el cuadro, lo más probable es que el PSN baje en representación -se habla de recientes encuestas escalofriantes para los de Jiménez- y ello les inducirá a cambiar la tónica que han seguido durante este periodo y tocar poder como fuere, incluso radicalizando su ejecutoria. Las inclemencias socialistas, todas juntas o por separado, van a condicionar que a pesar de sus deseos Barcina no logre eso que a Sanz le resulta tan fácil, la trapisonda de lo que en la calle ya se denomina coloquialmente “la UPSN”. Nunca será Barcina presidenta si Jiménez dispone de la posibilidad de sumar otra cuenta.

El papel del PP en este escenario es crucial. De partida, es el único contrapeso claro que permite asegurar a los electores que no se aplicará su sufragio ni en beneficio del socialismo ni del nacionalismo. Por añadidura, es el único referente de un modo distinto de abordar los problemas, tras haberse experimentado la crudeza de una crisis económica y social regida bajo fórmulas insolventes. Los del quesito creen que la única salvación de Navarra consiste en acudir a lo de siempre, a un modelo agotado y diseñado con trazos absolutistas. Estos son los que mantienen que lo que ahora corresponde hacer es cegar la posibilidad del que el PP muestre sus alternativas, de manera que quede como un partido fundado sólo en la crítica. Torpeza y prepotencia cabalgando juntas.

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