martes, 22 de septiembre de 2009

Sexo al contado (artículo publicado en Diario de Navarra en julio de 2007)


Nuevamente se leen noticias sobre cómo los legisladores pretenden erradicar la prostitución. Sin duda, es un asunto recurrente, que se eterniza y se muestra correoso para la actuación política. Lo último ha sido proponer que los periódicos no publiquen anuncios de contactos sexuales. Es verdad que algunos diarios son una auténtica guía de la prostitución, con la que colaboran y de la que reciben magros ingresos. También es cierto que los países que prohíben este tipo de publicidad lo único que consiguen es desplazarla hacia otros canales, como se comprueba en los afiches que empapelan las cabinas telefónicas de Londres. Nadie creería que con sólo esconder el mercado de sexo, éste vaya a desaparecer.

En términos políticos, el comercio sexual se suele mirar con apriorismos y sin demasiada originalidad. Muy pocos gobiernos se han parado a estudiar en serio el fenómeno con objetividad sociológica. Una buena excepción es el informe "Paying the Price", publicado por el Home Office británico hace un par de años. En él se analiza pormenorizadamente qué supone socialmente la prostitución, pero no se exponen soluciones taxativas contra ella. En el plano de las gamas políticas, tampoco hay ninguna novedad. En la derecha conviven una visión prohibicionista y puritana, la más conservadora, con otra liberal, proclive a consentir sin limitaciones. Desde la izquierda se suele mirar a la prostituta como una víctima de la sociedad, que vive en la vecindad de la drogadicción o la delincuencia. En unas y otras visiones imperan los prejuicios y escasea el realismo.

Hasta hace unos años, los países de nuestro entorno habían intentado acotar la prostitución sólo en la medida en que afectara al orden público. En la década de los 90 la tendencia era tolerar el fenómeno, procurando disimular sus actividades en la vía pública. Así se cometía la injusticia de penalizar a quien ofrecía sus servicios sexuales, pero no a quienes los adquirían. Últimamente la actitud social viene cambiando. Ahora lo que se plantea es erradicar la prostitución por su mera naturaleza, aplicando variadas prohibiciones. En Suecia, la compra de sexo es delito desde 1999, aunque se haga en la intimidad de un acuerdo entre adultos responsables. En Francia también es delito cuando exista vulnerabilidad de una de las partes. Reino Unido estudia cómo endurecer su legislación. En Holanda, Alemania o Australia el trabajo de las putas y los chaperos es absolutamente legal.

Cuantitativamente se conoce poco de la demanda de prostitución en países desarrollados. La revista científica Lancet publicó un estudio en el que se afirmaba que los usuarios de estas transacciones pasaron de ser un 2,1% de la población entre los 16 y los 44 años en 1990, a cerca del doble diez años después. Cualitativamente, los flujos migratorios hacen que en nuestro entorno cuatro de cada cinco prostitutas sean extranjeras, lo que también induce que bajen los precios de sus servicios. La idea de que la mayoría de los que se dedican a la prostitución –sea masculina o femenina- provienen de la marginalidad o de redes de traficantes es falsa. Precisamente por eso, criminalizarla es abocarla a un inframundo al que no pertenece necesariamente.

La prostitución es un mercado que también se ha globalizado con rapidez, pero que moralmente cuesta entender sólo bajo la óptica de las reglas comerciales. Si dos personas adultas conciertan un precio por el que uno de ellos compensa al otro a cambio de mantener relaciones íntimas, ésta no debería ser una conducta que incumbiera a la sociedad. La trata de blancas o el abuso sexual infantil son cosas bien distintas. Aunque parezca indecoroso, legalizar la prostitución es la mejor manera de alejarla de este tipo de delitos.

1 comentario:

  1. Una buena exposición de los hechos. Pero no veo un posicionamiento claro hasta la penúltima línea. Yo estoy en contra de la prostitución. También estoy en contra de que una persona adulta, libre y responsable renuncie a su libertad y se convierta, por ejemplo, en esclava de otra por dinero. Eso sí, por una cantidad importantísima. Creo en los derechos de los trabajadores y en su defensa. Quiero que se defiendan mis derechos cuando trabaje por cuenta ajena. Creo en los derechos de los empresarios que crean empleo y riqueza, parte de los cuales- no sé qué parte- abusa de su personal para enriquecerse con desmesura. Parte de quienes defrauda al tesoro público para enriquecerse con desmesura. Creo en las obligaciones de quienes trabajamos por cuenta ajena, de hacer el máximo y lo mejor posible de aquello que forma parte de nuestro empleo. No creo en los representantes sindicales que no defienden a quienes trabajan más y mejor frente a quien trabajando menos y peor por el mismo sueldo. Creo en las obligaciones de los empresarios tanto en relación con sus empleados como para con la sociedad en la que desarrollan sus empresas. No creo en una persona que decida esclavizarse renunciando a sus derechos por un sueldo más atractivo. Mucho más atractivo. No creo en que alguien pueda vender un riñón por una bonita cantidad.

    Por lo tanto, no comparto que vender el sexo sea algo aceptable como actividad profesional o laboral. Personalmente, no me gusta la idea de frivolizar con el sexo en general. Pero cobrar por dar sexo a cualquiera... sinceramente, eso es indigno. Como vender un riñón a cualquiera. Como hacerse esclavo algodonero de cualquiera. Por mucho que se pague, eso empeora la situación genérica de las personas, de su consideración como seres que aportan su vida y su acción al mundo y al conjunto de la humanidad.

    Probablemente desconozco al igual que la mayor parte de la gente cuál es la solución a este problema. Sin embargo, el hecho de que la prostitución se convierta en una actividad ¿laboral? legal traslada la carga de la prueba en casos de explotación a la persona explotada, secuestrada, amenazada para prostituirse. Otro aspecto que me interesa: cuando una prostituta se contagie de SIDA, y suponiendo que se dé cuenta antes de contagiar a nadie más (¡...!), ¿vamos a pagarle una pensión por incapacidad laboral permanente? ¿Por qué, si ha asumido un riesgo increíblemente alto de contraer esta enfermedad incapacitante? ¿Podremos demostrar que es una enfermedad laboral? ¿Se contagió durante su trabajo o durante su tiempo libre?

    En fin, queda todo preguntado.

    Ana

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